Desde la parte de atrás del Monasterio de San Victorián, o San Beturián (en aragonés), sale una senda que nos lleva hasta la espelunga de San Beturián, una pequeña ermita en clavada en la sierra Ferrera, pero antes de llegar a ella, a unos veinte minutos de sendero suave, llegamos a la ermita de San Antón.
No sé de cuando datan las pinturas de su interior, pero destaca que en una ermita tan pequeña y abierta, haya esta decoración.
Esta es la vista cuando se vuelve de la espelunga. La pequeña pradera que la rodea invita a un descanso.
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